El juego es tan antiguo como la humanidad. Durante la infancia se convierte en la ocupación primordial de la persona y, posiblemente, en la más educativa. Habría que distinguir, en esta edad, entre los juegos y los juguetes. Los primeros, habitualmente, no requieren apenas nada para llevarlos a la práctica. Los segundos pueden ser de diversas categorías, tanto en función del precio como de la calidad. Sin embargo, había juguetes construidos por los propios niños. Los juguetes marcaban diferencias económicas, y los juegos no. Las fiestas para “hacer cagar el tió”, en Navidad, y la de Reyes eran las más importantes dentro del calendario infantil. La matanza del cerdo y alguna otra ocasión festiva propiciaban las diversiones de los adultos como es natural, el paso del tiempo ha modernizado mucho más los juguetes que los juegos. Ahora los jóvenes y los adultos también juegan, aunque a las actividades de ocio solemos llamarlas deporte, arte, competición, coleccionismo, tentar a la suerte…

El juego colectivo entre niños era más probable que se diera en el pueblo que en el campo, donde pocas veces coincidían en una misma casa niños y niñas de edades parecidas, y donde su convivencia se limitaba a la escuela. En los pueblos había, asimismo, actividades rurales para adultos, como las corales, los clubes deportivos, los ateneos o la visita al café o la taberna, actividades en las que difícilmente podía participar quien vivía aislado. Y aún era más difícil para las mujeres, que raramente se entregaban al ocio fuera de casa.

Leyendas

El Ripollès posee una rica tradición de leyendas, en las que la historia se ha mezclado con la mitología y con la imaginación popular. La muestra que aquí se presenta se ha organizado según el lugar donde se sitúa la acción, pero también podemos distinguirlas en función de los elementos religiosos, sobrenaturales,
didácticos o descriptivos que contienen; también por los personajes, entre los cuales adquiere protagonismo el conde Arnau, prototipo del feudal despótico convertido en espectro, que ha traspasado las fronteras y cuya leyenda documentó extensamente sobre el terreno el etnógrafo Rossend Serra i Pagès
vinculado al museo. Desde el siglo XIX diversos eruditos han reunido y enriquecido el acervo legendario de la comarca. Entre los más destacados figuran Marià Aguiló, Jacint Verdaguer, el dibujante Josep Ribot y el propio Grupo de folkloristes de Ripoll.