Los pueblos manifiestan su propia interpretación del más allá a través de la religiosidad, en forma de creencias, historias sagradas y ritos. Sin el sentimiento espiritual, no considerarían que la vida y el cosmos estuvieran completos. La religión es, además, el resultado de múltiples influencias, desde las geográficas hasta las relacionadas con las actividades humanas, que van conformando su personalidad.

Por ejemplo, la fundación de los monasterios como empresas de transformación religiosa y económica frente al poder feudal laico. En el Ripollès, la influencia de las montañas, los ríos y los barrancos, el temor a las tormentas y a la sequía o los relatos sobre brujas explican tanto la construcción de comunidores como la devoción por muchos de los santos venerados en la comarca. La cristianización de la orografía la localizamos en los santuarios de Montgrony y de Núria, con símbolos que, trascendiendo sus límites de referencia, hallamos repartidos por toda Cataluña. También lo fueron históricamente los monasterios de Ripoll y de Sant Joan de les Abadesses, o los mitos como los del conde Arnau.

Creencias populares

El exvoto constituye una prueba de fidelidad a la promesa hecha a un santo, a la Madre de Dios o a Cristo, en ocasión de un gran peligro. La lealtad a la promesa se valora mucho dentro de la cosmovisión del pueblo. Por este motivo, el relato del episodio que desencadenó la petición es la prueba más patente, que transmitirá a las generaciones futuras el conocimiento de la intervención del protector divino.
Los exvotos pintados (también llamados presentallas), son auténticas ventanas a la vida local, la indumentaria, las construcciones, el mobiliario, los colores y los paisajes. Nos hablan de una cotidianidad interrumpida por la violencia, la enfermedad o el peligro. La imagen de la Madre de Dios rodeada de nubes (en ocasiones con el antiguo revestimiento tradicional), o bien de un santo o una santa, devuelve a los afectados el equilibrio perdido.

Festividad y curso del año

El ciclo anual señala la continudad de las fiestas que definen al grupo. Los antiguos simbolismos se insuflan injertan con la evolución canónica del cristianismo y hacen que sus procedencias sean indistinguibles. El ciclo de Navidad resulta particularmente sensible al recuerdo de antiguos ritos que vinculaban a la familia con todo su linaje, desde los orígenes remotos hasta los recién nacidos. El hogar se convierte en el punto de comunicación, a través de la figura del tió, el
portador de regalos y de ofrendas, de la iluminación del camino del más allá que deben recorrer los Reyes de Oriente, o de la reproducción del paisaje ideal, reflejado en el pesebre casero.

El combate entre la primavera y la inercia del invierno, entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte, tienen en la Pascua una reiteración de las antiguas fiestas que señalaban el final de la invernada. Son símbolos antiguos, reforzados por el cristianismo con la luz de la Resurrección. Las palmas y palmones, los ramos y los mayos que adornan el monumento del Jueves Santo, traen consigo frutos y promesas de vida. La representación austera de la Pasión de Cristo, las procesiones, los ayunos, son una preparación para el estallido de alegría de las chirimías de Pasqua.

Con la plenitud de la primavera se intensifican las concentraciones en santuarios y ermitas, con el cántico de letanías, la bendición del término y la repartición de las caridades de panecillos, vino y otros comestibles comunitarios. También es el momento de las danzas que refuerzan la identidad. Núria, el santuario que trasciende el ámbito comarcal, interpreta el ciclo anual de la actividad económica por excelencia: la ganadería. En el Ripollès se subrayan las fecha clave de la vida de los pastores, que también se expresan mediante las distintas ferias o las bendiciones, además de aportar fiestas nuevas, como la del esquileo de las ovejas, junto con el recuerdo de las bodas tradicionales.